No se trata de reglas, se trata de consciencia

El término movilidad consciente explica mejor que movilidad sostenible la razón de ser de una nueva movilidad. A movilidad sostenible le falta alma; solo apela al entendimiento pragmático de que una movilidad amigable con la naturaleza y con las personas es otra norma que nos imponen otros. La movilidad consciente parte del corazón de las personas, del amor a sus seres queridos, a las demás personas y a la naturaleza, sin esperar nada a cambio, como es el amor verdadero. 

El corazón como motor: Cuando el amor guía nuestras decisiones

La movilidad sostenible se centra en un enfoque práctico y racional: busca minimizar el impacto medioambiental, mejorar la eficiencia energética y promover una mejor calidad de vida. Sin embargo, este término suele percibirse como un mandato externo, una norma a cumplir por responsabilidad o necesidad, donde su principal aceptación viene de los incentivos gubernamentales (menores impuestos o tasas). Por otro lado, la movilidad consciente va más allá de lo pragmático. No solo trata de hacer lo correcto, sino de sentirlo desde lo más profundo. Es un movimiento que nace del corazón, desde el amor verdadero hacia nuestros seres queridos, la comunidad y la naturaleza.

Cuando una persona decide donar un riñón lo hace por amor incondicional, sin esperar nada a cambio, solo con la esperanza de poder ayudar a preservar la vida de otra persona. No hay cálculos matemáticos, ni de riesgos, solo hay amor. Cuando apoyamos la movilidad consciente, y hacemos sacrificios, debemos hacerlo desde el amor y la necesidad de ayudar al bienestar de nuestros familiares, de las demás personas y de la naturaleza. El esfuerzo o sacrificio que puede conllevar la movilidad consciente es mínimo comparado con el ejemplo del riñón, pero sus beneficios son importantes.

Contaminación, muerte y caos: El coste real de nuestra forma de movernos

La movilidad es una de las principales fuentes de contaminación en el mundo, y la causa directa de millones de muertes al año. El transporte representa entre el 15 y el 30% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono (CO₂). Además, la movilidad tiene un impacto devastador en la naturaleza, afectando al aire (contaminación y altas temperaturas-incendios), al suelo y al agua (derrames petroleros) y a la biodiversidad (deforestación). 

Transformar el esfuerzo en satisfacción

Mientras que la movilidad sostenible exige comprensión y aceptación, la movilidad consciente se basa en la intuición y el sentimiento. No necesita grandes esfuerzos educativos para justificar sus cambios, porque parte de un principio intrínseco: proteger lo que amamos sin esperar nada a cambio. En esencia, es una transición natural guiada por la consciencia y motivada por el amor, lo que elimina las barreras del sacrificio y transforma las acciones en satisfacción.

En la movilidad sostenible las personas deben entender y aceptar la necesidad de un nuevo modelo de transporte amigable con las personas y el medioambiente. Es decir, requiere de un gran proceso educativo para sumar voluntades y asumir los inconvenientes y retos del proceso de transformación. Por ejemplo, una persona tiene que entender por qué debe sacrificarse y dejar su coche en distancias cortas y usar la bicicleta o usar el transporte público y renunciar a la comodidad de su coche.

La movilidad consciente se enfoca en el sentimiento que deriva de la consciencia. La consciencia es clara e intuitiva, sin preguntar nos lleva a proteger a nuestros seres queridos, a las demás personas (si la expandimos un poco) y a la naturaleza. Es una consecuencia natural del amor proteger lo que amamos sin importar los sacrificios que impliquen. Desde el amor, los contratiempos del proceso de transformación hacia la nueva movilidad se superan y aceptan sin mayor resistencia. Dejar el coche por la bici, utilizar el transporte público o el coche eléctrico son acciones que surgirán desde la consciencia y del sentimiento que emane en aras del bien propio y del bien común.

Consciencia colectiva: La movilidad como un acto espiritual y social

Argumentos como poca infraestructura para recargar los coches eléctricos se desvanecen si sentimos que estamos dándoles un mejor futuro a nuestros hijos, que lo hacemos para que los nietos tengan una vida más sana y amable. Desde el amor no hay sacrificios, sino satisfacción de ayudar a quienes amamos y con quienes compartimos el planeta. 

La movilidad consciente nos enorgullece. Es placentero ayudar a los demás, sea a nuestro círculo cercano o al planeta. En la consciencia sabemos que en el dar, más que en el recibir, reside la verdadera felicidad y desaparecen las excusas para no participar en la transición hacia una nueva movilidad. El desafío de la movilidad sostenible radica en superar el ego personal, las dinámicas sociales y la imagen pública, tanto a nivel individual como gubernamental, donde la popularidad suele prevalecer sobre el compromiso real con el cambio.

A estas alturas, casi todos entienden que es crucial reducir las emisiones de dióxido de carbono (menos contaminación), fomentar la eficiencia energética (dejar de depender de los hidrocarburos), crear una infraestructura accesible (ciclo vías, transporte público eficiente y espacios peatonales), reducir los congestionamientos y aumentar el bienestar social. Solo el egoísmo puro y duro encuentra sacrificios e inconvenientes. Desde la consciencia y el amor se desvanecen las discusiones incesantes, las noticias falsas, los argumentos lógicos, el miedo a lo desconocido, la desconfianza y aparece la voluntad de ayudar, de dar y de ser un colaborador activo de un futuro con esperanza. 

El creciente despertar de la consciencia obligará a los gobernantes a acelerar la transformación de la movilidad terrestre, marítima y aérea hacia la movilidad consciente. Cuando actuamos conscientemente, desde el amor, no hay sacrificio demasiado grande para proteger y salvar a nuestros familiares, a las demás personas y a la naturaleza.