La poca evolución de la conciencia colectiva se debe a que los extremos, y su gran capacidad de seducción, son herramientas del mal. Un imán con mucha potencia que atrae a las personas y a las sociedades. Y que se hace más fuerte y adictiva a medida que avanza y se expande. Su gran aliado, la prepotencia humana, nos hace pensar que estamos exentos de caer en los extremos, que somos personas “equilibradas”. En realidad, todos somos propensos, en algún grado, a caer en las pasiones de los extremos.
Si bien al principio son pocos los que contagian el virus de su extremo, la expansión y división ocurre de forma orgánica. La naturaleza humana alberga el “gen” de los extremos, de la división. Desde la infancia, en el proceso de integración a la sociedad, se fomenta la división entre los semejantes con toda clase de etiquetas –gordas y flacas, altas y bajas, blancos y negros, inteligentes y brutos, nacionales y extranjeras, ricas y pobres, cultas e ignorantes, alegres y tristes, populares y raros–. Estas divisiones a temprana edad son la semilla de los extremos. Si queremos erradicarlos tenemos que empezar por la educación, por explicarles a los niños las consecuencias de las divisiones categóricas enseñándoles el principio de la polaridad: “Todo es dual, todo tiene dos polos. Todo tiene su par opuesto. Semejantes y antagónicos son los mismo. Los opuestos son idénticos en naturaleza. Los extremos se tocan, todas las verdades son medias verdades. Todas las paradojas pueden reconciliarse”, leemos en el Kybalión.
Fuente:
https://www.cambio16.com/en-los-extremos-vive-el-caos-jorge-neri-cambio16-2269/