La unidad, como principio, tiene muchos planos importantes de aplicación y entendimiento para el desarrollo personal y colectivo, que tanto necesita la humanidad en estos momentos y que son claves en la construcción de un mundo más humano, justo y regenerativo que propone Cambio16.
En el plano personal, es impostergable que procuremos la unidad entre la mente, el cuerpo y el alma. Esa unión es el camino para la auténtica evolución de cualquier humano. Una de las tareas más difíciles que tenemos, especialmente en Occidente, donde la mayor parte de la existencia se orienta a la estimulación de la mente, es desarrollar una educación orientada al equilibrio entre la mente, el cuerpo y el alma para acceder a otra realidad, que no está al alcance de la mente. Precisamente, accediendo a otra realidad podremos abrir los ojos a una nueva forma de existencia, a un despertar de la conciencia y a una dimensión superior del entendimiento.
Hemos avanzado muchísimo en el conocimiento científico. Está muy bien. Nos ha traído progreso, salud y larga vida, muchas cosas buenas, pero hemos dejado en un segundo plano dos aspectos fundamentales como son el cuidado del cuerpo –nuestro bienestar físico–. Indispensable para el funcionamiento de todas nuestras herramientas orgánicas, y el descubrimiento de la inteligencia y la sabiduría del alma. Con la mente conquistamos el espacio y podremos vencer el cáncer, pero no conoceremos el amor, la compasión, la misericordia, la bondad, la generosidad y el perdón.
En el plano social, en la sociedad, la falta de unión se refleja de una manera aún más clara. Y es obvio. Si no logramos el primer plano de unidad –la de nuestro cuerpo, mente y alma–, ¿cómo vamos a entender la unidad social? ¿Cómo vamos a entender que todos los seres humanos somos parte de una misma unidad y, por consiguiente, estamos interconectados? ¿Cómo entenderemos que del bienestar de cada individuo depende el bienestar de todos? Por más que una persona se sienta poderosa e intocable por su poder o riqueza, es una ilusión intentar separar su bienestar del resto de los humanos y pretender una existencia autónoma.
Si alcanzáramos el primer plano de unidad personal entenderíamos que la felicidad y la prosperidad (riqueza) está en el dar y no en el recibir (recibirás el doble de lo que das). Esa es la llave que nos permitiría la creación de una sociedad más justa, con una reducción sustancial en la creciente brecha entre ricos y pobres. Nos permitirá, sobre todo, pasar del yo al nosotros.
La unidad social cobra especial relevancia en momentos en que la pandemia del SARS-CoV-2 sigue causando sufrimiento y pérdidas económicas, y para su erradicación es vital que las vacunas lleguen a todos los países. A todos. Sin excepciones. El bienestar de cada uno depende del resto. Lamentablemente seguimos empeñados en conceptos arcaicos. Vemos las fronteras como muros de separación y no como vías de integración entre distintos.
Si cada país solo procura su bienestar, impide que las soluciones sean eficaces, que sean soluciones verdaderas y no manotazos al viento. Qué triste es ver que preferimos mayores costes económicos (cierre de economías y fronteras de muchos países) por no darle acceso a todos los países a las vacunas (liberación de las patentes), lo cual costaría mucho menos y acabaría con el problema. Nuestra ceguera nos lleva a perpetrar verdaderas barbaridades.
En el plano de la naturaleza, la unidad también es de gran importancia. La crisis medioambiental y la pérdida de la biodiversidad han demostrado que los seres humanos y la naturaleza somos una misma unidad. Interdependientes los unos de los otros. Estamos todos en el mismo barco y sería ridículo o, peor, absurdo, pensar que solo una parte del bote se hundirá.
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